Escoger el camino sin conocer el camino, sin preguntarte qué te ofrecerían los demás, y preguntarte al final: "¿Qué me queda?".
Lo que soy. Lo que siempre fui.
Una canción de Ringo. Un Tour brillante de Poulidor. Una expedición espacial de Collins.
El capitán Scott.
Un sin fin de casis. Un eterno fracaso. Un sentimiento de soledad interna, que nada, ni la más profunda felicidad puede llenar.
El "We are the champions" al revés.
Un puñado de letras que jamás encontrarán lector, ni ojos que se posen en ellas aunque sea de paso.
Un cuadro policromático a ojos de un daltónico.
La esencia del eterno fracaso.
Y ese eterno levantarse, una y otra vez después de cada caída. Ese tosco y lento, pero firme caminar que te conduzca por los insondables senderos de la realidad. Ese tropiezo-suelo-tropiezo como cadencia impasible e irrefrenable como lo único que has conocido a lo largo y ancho de tu vida. El golpetear de un metrónomo que oriente tu posición: "Tac" pie izquierdo "tac" pie derecho "tac" pie izquierdo otra vez, como única forma de seguir en pie.
Y sobre todo, ese no ser feliz aun teniéndolo todo para serlo.
Aun siéndolo.
Y la rabia como forma de vida. Como fuente de vida.
Saber que lo único que queda es apretar los dientes y seguir adelante.
Y no rendirse por no darles el gozo a aquellos que lo disfrutarían.
Solo eso.
Perdón.
Grácias.
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