Resulta extraño caminar por la vida observando a tu alrededor.
Que sí, que debería ser lo normal, ir fijándose en los pequeños detalles, pero nos hemos convertido en una sociedad individualista en la que poco o nada nos interesa nuestro entorno, si no nos afecta directamente, que deberíamos prestar más atención a cuanto nos rodea, pero eso se ha vuelto ajeno a nuestra propia esencia.
Y no solo eso. Es extraño lo que podemos llegar a ver si nos fijamos bien. Desde una perspectiva cuerda, en la que pretendamos entender lo que los demás hacen. Cualquier parecido con lo que a nosotros, desde nuestro individualismo, pudiera parecernos coherente, es un villarato en toda regla, una imposición que se aleja de lo serio para aposentarse en el interés de unos pocos.
Y seguimos caminando, buscando tal vez esa serendipia que nos alegre el día, la semana o la existencia. Un vencejo volando a ras de las nubes, tan casual como llamativo, que nos luxe el esternocleidomastoideo solo en la intención de seguir su trayectoria. Cachivaches accidentales que provocan tropezones y desencuentros, estorbos y obstáculos que nos conducen a no saber, a no creer, a no indagar más, pues la realidad sigue siendo algo extraño, algo que nuestras entendederas no alcanzan a desencriptar, aunque la forcemos con el desatascador del razocinio. Como un ornitorrinco, con su pico de pato, sus patas de tortuga, su caparazón y su cola de vaya usted a saber qué. Un conjunto de cosas que no deberían estar juntas pero que, de alguna extraña manera, encajan y hacen que todo funcione.
Y al final, lo único que nos queda es desintoxicar nuestra mente de vicios adquiridos, de normalidades, y tratar de comprender qué está sucediendo, por qué las cosas han de ser así. Por qué no pueden ser de otro modo. Por qué no comprendemos que cosas así ocurran.
Peleamos con todas nuestras fuerzas, tratando de creer que tiene que ser un error, que estamos percibiendo las cosas de manera errónea, que no todo puede ir tan mal. Nos empeñamos en que el mundo debería ser de otra manera, de una forma en la que pudiese resultarnos comprensible. Pero no, por más que soñemos una realidad perfecta, al final acabamos por rendirnos a la verdad objetiva.
No sirve de nada lamentarse. Es un hecho.
Pablo Alborán vuelve a los escenarios.
Y eso amigos, aparte de incomprensible e insalubre, es la realidad, por más que nos empeñemos en luchar para creer lo contrario.
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