La inocencia de la infancia... ¡Bendita inocencia!
Y qué diferentes se ven las cosas según si fuiste niño o niña, ¿verdad?
Yo recuerdo con ternura los tiempos de mi niñez, aquellos tiempos carentes de responsabilidades y problemas, en los que todo era diversión y despreocupación. Recuerdo aquellos tiempos en los que el peligro más grande al que te podías enfrentar era cuando el matón de turno de tu clase te decía "A la salida te espero", como frase lapidaria, como pre-epitafio... Y que luego se saldaba con ir juntos a cazar lagartijas.
Eran tiempos de idolatrar a leyendas. A Julen Guerrero, Butragueño o Stoichkov. A Hannibal Smith, M.A. Barracus o McGyver. A Mike Donovan. A Óliver Atom y Benji Price. A Magic Johnson, Michael Jordan o Larry Bird. A Jorge Martínez "Aspar". A Gordi y a Sloth. A Ray, Peter, Egon y Winston. A Han y a Luke. A ese emérito Superman interpretado por Christopher Reeve. A Ralph Hinkley, también conocido como "El gran héroe americano". A John Rambo. E incluso a la súper-abuela.
Pero si había un personaje dominante, un macho alfa que todos los niños queríamos ser, si había alguien a quien quisiéramos parecernos era el aparcacoches de los autos de choque. Un mito viviente.
Era un personaje inigualable. Rondaría los 20 años, cosa que para nosotros, niños de 8 ó 9 años era un adulto en toda regla. Con sus vaqueros desgastados, su camiseta imperio, su pitillo a medio consumir en los labios, y esos músculos de montar y desmontar pistas de autos de choque por toda la geografía española, dependiendo de dónde fueran las fiestas de turno. Y con aquella pericia que le permitía hacer cosas para nosotros inimaginables. Nosotros, que casi nos costaba montarnos en el auto de choque y coger la posición, observábamos con admiración cómo aquel ser mitológico, con un pie en el asiento y el otro en el volante, agarrado con una mano a la barra de la banderita del coche, y sujetando con la otra su cigarro, aparcaba los coches con total rapidez entre bocina y bocina para que no estuvieran en medio cuando arrancara el turno nuevo. Era capaz de girar el volante con el pie hasta dejar los coches perfectamente aparcados, mientras nosotros lo admirábamos petrificados mientras oíamos de fondo (invariablemente) a Modern Talking y a los Camela.
Eran otros tiempos, éramos impresionables. Pero aquel macarrilla fue ese semi-Dios que todos quisimos ser, pues no solo tenía habilidades que todos deseábamos, si no que además era el chico a las que todas las niñas de nuestra edad querían de novio, con lo que eso implicaba, que era que todos los demás no nos comiéramos una rosca.
Hoy en día, las cosas han cambiado. Aquel malote que aparcaba los coches de choque con el pie ha sido sustituido por un yonki desdentado que apenas se tiene en pie.
¿Y nosotros? Nosotros seguimos sin comernos una rosca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario