miércoles, 31 de agosto de 2016

POR PALABRAS (2)

Andamos locos, sin rumbo. Como pollo sin cabeza, aunque en esta ocasión lo que está descabezado es el país. Desde hace ocho meses y pico, amigos.

He visto nacer bebés en menos tiempo.

Pero nos hemos vuelto adictos a esto. A los debates de investidura. A esta demagogia interdisciplinar que se ha vuelto cíclica, como un mantra eterno que nos vemos condenados a repetir cada unos cuantos meses, como una ola que va y viene de la playa, en una eterna marea (y resaca, qué resaca).

Y se ha convertido en algo tan normal que lo aceptamos sin rechistar. Sin padecer. Sin que se nos escape siquiera una gota de pis. Es algo tan normal, tan habitual como respirar. Que ya no sé si es que se nos han acabado las ganas de pelear, la rabia, el instinto de resistencia, o es simplemente que nos come la desidia. La pesadumbre. La apatía más soberana.

Nos vemos doblegados por esa pertinaz procrastinación que nos hace esperar una y otra vez por lo mismo, intentando adaptarnos a unas circunstancias que nos son hostiles e hirientes, como un mancuniano tratando de adaptarse a Chiapas, como un piojo en la cabeza de un calvo, sin nada a lo que aferrarnos. Sin nada que nos haga creer en tiempos mejores.

Nos han pasado tantas veces por la cabeza la liendrera de la hipocresía que sus mentiras han llegado a penetrar en nuestras cabezas, como dogma universal sin derecho a réplica, ni siquiera a razonamiento. Como un algo absoluto que hemos de asumir, aceptar con dócil servilismo, so pena de guillotina, si no literal, metafórica. O comulgamos con ello, o cercenan de un preciso tajo nuestras ganas de estar vivos, o, cuando menos, las de pelear contra un sistema que continuamente trata de aplastarnos.

Pero amigos, como decía, nos hemos vuelto adictos a esta incertidumbre, a esta inestabilidad inmarcesible. Nos atrae cual potente electroimán hacia ese vórtice de entropía en el que se ha convertido la democracia de este país descabezado y cojo. Como padeciendo un inquebrantable síndrome de Estocolmo.

Mientras tanto, ellos seguirán viviendo del cuento. De las rentas. De NUESTRAS rentas.

Y nosotros lo permitimos.

¿Hasta cuando?

No hay comentarios:

Publicar un comentario