Es "trendy". Es "fashion". Es "de fusión". Es "creativo". Es "de deconstrucción".
Es una puta mierda pinchada en un palo.
¿Cuántas veces hemos entrado en un restaurante de los caros, de los que aparecen como recomendación en las guías de tendencias y hemos tenido que parar en un kebab nada más salir de allí por habernos quedado con hambre?
Todo empezó a irse a la mierda con la invención de la "nueva cocina". Todo empezó a irse a la mierda cuando empezaron a utilizarse los platos cuadrados. Todo empezó a irse a la mierda cuando ingredientes como el nitrógeno líquido o herramientas como el espumificador empezaron a convertirse en imprescindibles en el mundo de la gastronomía.
Camareros vestidos por Agatha Ruiz de la Prada, con sus pajaritas verdes y sus mandiles rosas te reciben con una sonrisa, en locales que, a primera vista, podrían ser un decorado de cualquier nave de Star Wars o la nave industrial más antigua de la ciudad. Vanguardistas, postmodernistas, vayaustedalamierdistas.
Comida minúscula servida en platos gigantescos, con ese chorrito de salsa, debidamente dispersado con un biberón, que no sabes si acompaña al plato para darle sabor o es simplemente la rúbrica garabateada del chef de turno, tratando de conseguir esa notoriedad que su ego le pide. Música chill-out after-punk como hilo musical. Olor a esencia de lavanda de vainilla de Madagascar de mis cojones resudaos. Vaya tela, amigos. ¡Que yo he venido a comer, oiga! Y si he venido a comer, es porque tengo hambre. HAMBRE. ¿Captan ustedes el concepto? ¿Qué les hace pensar que UN guisante relleno puede saciar mi apetito?
E iremos más allá. No hace mucho he visto restaurantes que ofertan catas de agua. ¡DE AGUA!.
A mí me enseñaron de pequeño que el agua, por definición, es un elemento líquido inodoro e insípido. Es decir, que ni huele ni sabe a nada. NO SABE A NADA. ¿Cómo demonios ofreces una cata de algo que no sabe a nada? Es más, ¿cómo pretendes que me deleite con sus matices y aprecie si una es mejor que otra? ¿Qué será lo próximo? ¿Que cada camarero te tire un pedo en la cara y valores las diferencias entre sus diferentes aromas, dependiendo de lo que haya comido cada uno?
Yo, amigos, prefiero meterme al típico bar (ya ni restaurante, BAR) donde cuelgan suculentos jamones y chorizos ibéricos tras la barra, donde huele a potaje desde tres calles más allá, y donde el camarero lleva un delantal con unas manchas de grasa que probablemente salieron de un asado que se le sirvió a Don Miguel de Cervantes. Y siguen ahí. El típico bar donde no te sacan un plato, te sacan directamente la olla para que te sirvas. El típico bar donde si pides un bocadillo, tienes que llamar a la quinta división acorazada, la plantilla completa del Real Murcia y la tuna de la universidad de Salamanca para compartirlo si quieres tener la más mínima esperanza de acabártelo. El típico bar donde ese menú, con el que podrías dar de cenar a 4 familias enteras (con cuñaos y todo) el día de nochebuena, y cuyo precio es igual al que te cobran en un restaurante de fusión nada más que por darte los buenos días.
Señores, con las cosas de comer no se juega. Seamos serios.
¡Bon appetit!
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