martes, 16 de agosto de 2016

GOD BLESS EIGHTIES!!

¡Qué fácil es bajarse música usando el torrent! ¿Verdad, amigos?
Sentáos aquí, en mi regazo, junto al fuego, que os voy a contar una historia de una época muy muy remota, en la que el ser humano comenzaba a dar pasitos en el intrincado mundo de la tecnología...

Hubo una época, queridos niños, cuando la humanidad aún iba en pañales, en la que teníamos que ingeniárnoslas de otro modo si queríamos conseguir la canción que lo petaba en el momento, y eso requería altas dosis de paciencia y algo de ingenio... y un radiocassette. Sí, un radiocassette, amigos. Es objeto del que quizá hayáis oído hablar a vuestros padres, que consistía, como su propio nombre indica, en un aparato que incluía ambas funciones: Radio y Cassette.

Por aquel entonces podías comprar cintas vírgenes en las tiendas de fotos (sí, había que llevar las fotos a revelar, no eran digitales; y lo que es aún más sorprendente: no había tiendas de chinos ni sus primigenios "Todo a cien", las cosas se compraban en tiendas especializadas) que se presentaban, básicamente, en tres formatos: de 46, de 60 y de 90. (Los nombres hacían referencia a la cantidad de minutos de audio que podías grabar en cada una de ellas).

El método, tan rudimentario como tedioso y efectivo, consistía en comprar una cinta virgen y ponerla dentro del cassette (que tenía un botón REC, para grabar, normalmente de color rojo, y que generalmente había que pulsar simultáneamente con el PLAY, y que iba más duro que los demás), enchufar la radio en tu emisora favorita y sentarte a esperar a que al locutor de turno le diera por pinchar la canción que te molaba. A veces transcurrían muchas horas hasta que eso sucedía, y mientras tanto ibas grabando todo lo que iba poniendo (a veces te quedabas sin minutos para cuando llegaba la canción que estabas esperando).

Tal y como ocurre hoy en día, el locutor empezaba a presentar la canción que iba a sonar (y claro, tú tratabas de adivinar cuál era por lo que iba diciendo, para no perder ni un segundo en empezar a grabar en cuanto sonara) y tú solo pensabas "cállateyacállateyacállateya", para darle al REC y al PLAY en cuanto se callara. Y cuando esto sucedía, generalmente ya habían pasado 15 o 20 segundos del principio de la canción, con lo cual, empezaba cortada. Y lo peor no era eso, lo peor es que el muy bocazas, normalmente, empezaba a hablar también antes de que acabara la canción, con lo cual te jodía también unos segundos del final. Y así teníamos todas las canciones. Cojas.

Lo bueno que tenía este sistema (algo bueno tenía que tener) es que solo con comprar una cinta, tenías para miles de grabaciones, pues, al contrario que los CDs, se podía borrar y volver a grabar encima, utilizando una sofisticada técnica que consistía en ocluir los agujeros que tenían las cintas en la parte superior (originalmente cubiertos por unas pestañas, cuando la cinta era virgen, que se rompían para no grabar encima por accidente) utilizando bolitas de papel o tiras de cinta adhesiva. Y una vez ocluídos los orificios, ¡voilá!, la cinta volvía a ser virgen. (Esto hacía que cualquier cinta, incluso las compradas originales de cualquier grupo o cantante, fueran susceptibles de ser usadas como cintas vírgenes. Cuántas broncas por haber grabado canciones de Seguridad Social o Europe encima de cintas de Pablo Milanés de mis padres no me habré llevado...)

Ese era el sistema. Y éramos felices.

Pero entonces llegó un avance inimaginable: el radiocassette con doble pletina. DOBLE PLETINA. Dos espacios para meter cassettes. Generalmente uno era el reproductor, y el otro incluía el botón rojo de REC.

Ese avance hizo que nos convirtiéramos en piratas a gran escala. Ya no solo nos "bajábamos" música de la radio. Nos dio la potestad de copiar cintas que nos pasaban los colegas, o incluso compartir con ellos nuestras maravillosas recopilaciones de canciones "descargadas". Bastaba con meter la cinta "original" en el reproductor y la virgen en el "grabador", y darle simultáneamente al PLAY del reproductor, y al PLAY y al REC del grabador. Todo un alarde de sincronización, pero que valía la pena... Después de esperar toda (sí, TODA) la duración de la cinta (y si no se había enganchado, rayado, parado...) tenías tu maravillosa copia, lista para ser disfrutada.

En fin, era todo un mundo... en posteriores entradas ya os explicaré los sucesivos avances que hubo en este campo...

No os grabéis esta entrada en cinta, por favor, que me ha costado mucho escribirla.

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